Por
Lucy Lorena Libreros
Periodista
de GACETA
Perfil:
Algunos en Cali, consideran a este hombre una suerte de Rey Midas de la música:
en su estudio de grabación se han cocinado éxitos para el Grupo Niche, la
Orquesta Guayacán, Marc Anthony, Luis Enrique, La India y hasta Cheo Feliciano.
Pero él, José Aguirre, no ha dejado de
ser el hijo de orgulloso de un par de campesinos que un día, con su trompeta,
partió rumbo a esta ciudad en busca de la salsa.
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Foto: Cortesía El País.com.co |
Y
vos, ¿de dónde saliste?, le soltó a quema ropa Jairo Varela, con su voz
metálica de siempre, sentado frente a la consola de grabación de Estudios
Niche. El joven trompetista, poseído por los nervios, no supo que responder.
Alguien acudió en su auxilio y salió a explicarle al maestro que él, José
Aguirre, era el bendito muchachito de Pereira del que tanto le habían hablado.
Jairo lo escrutó de arriba abajo con ojos curiosos y puso a sonar de nuevo
‘Cuando se muere el amor’, esa canción con arreglos innovadores que le había
gustado. Era de José.
Ese
fue el principio. Lo que siguió después de ese primer encuentro, ocurrió hace
casi ya 30 años, fue una historia contada en tres capítulos largos: una amistad
que la cárcel puso a aprueba, ocho años de gloria para la más grande agrupación
salsera de esta ciudad y una cita a la que la muerte se atravesó el 8 de agosto
pasado.
Los
recuerdos de esta historia los va soltando José, vestido de camisa y jeans,
sentado en un estudio de grabación del barrio Vipasa. El más moderno de Cali.
El suyo. Lo montó hace 13 años y la Cali musical sabe bien que lo que se graba
en este lugar sale perfumado de éxito.
Por
aquí, hace muy poco, estuvieron los integrantes de la orquesta Matecaña, cuya
canción ‘La voz de Mamá’ fue pan del cielo para los gozones de diciembre.
Claro, la compuso y produjo José Aguirre. Y usted, seguro, la bailó: “El que
hace bien, lo hace por su mama/ el que hace mal se encomienda a su mama/ el que
trabaja le ayuda a su mama/ y el que roba le lleva a su mama. Y no olvida nunca
su mano santa/ que lo bendice haga lo que haga/ y no olvida nunca su vieja
santa/ que se queda orando pa’ que vuelva a casa”…
Lo
propio había hecho Willy García y Javier Vásquez, una década atrás, cuando
emprendieron la aventura de ‘Son de Cali’. Y ya sabemos también lo que pasó: el
dúo que terminó hace poco, propuso un nuevo sonido para la salsa caleña. Fue
José Aguirre quien los apadrinó cuando a otros les pareció que ese formato, dos
hombres cantando salsa al unísono, no calaría.
Pero
todo esto vino a suceder muchos años más tarde. Hoy es 7 de junio y José
Aguirre se arellana en su silla, dispuesto a seguir recordando. El hombre habla
suave, podría incluso decirse que afinado. Y usted lo ve ahí, tan afable y
desprevenido ante su propio talento, que cuesta creer que se trata de uno de
los mejores productores de la música latina. Del mismo tipo que no hace mucho
llegó de Miami, después de grabar un álbum para Marc Anthony. El mismo que ha
ganado cuatro premios Grammy; el amigo de Cheo, de Richie y de Bobby, de Eddie
Palmieri.
Es un hombre que
parece cargar sencillez como moneda suelta en los bolsillos. No ha dejado de
ser, piensa uno, el hijo orgulloso de ese par de campesinos errantes que
llevaron a la familia Aguirre por varios pueblos del Eje Cafetero en busca de
mejores tiempos.
José
nació en Chinchiná, pero fue en Pensilvania, Caldas, donde conoció la música.
La culpa fue del ‘profe’ Alonso Quintero que tenía en el colegio una banda que
interpretaba porros, pasillos y bambucos alegres. El profe advirtió con buen
juicio que el chico y tenía oído afinado. Le enseñó a leer música y las
primeras bases de armonía. José tenía 11 años, estaba en primero de
bachillerato y ya desde entonces sabía que entre sus manos habría una trompeta.
Justo
ahora, en su estudio de grabación, hay una trompeta al fondo. Una Fides Pioner
que compró en Alemania. José quiere seguir hablando. Hay muchas cosas para
contar. Muchas, como ese primer encuentro con Jairo Varela.
Por
entonces, cuenta, no tendría más de 22 años, pero si una experiencia de miedo,
acumulada gracias a su paso temprano por agrupaciones que le darían una
oportunidad antes de que el genial músico chocoano se convenciera de que el
muchachito de Pereira era oro puro para hacer música.
Recién
llegado a Cali desde esa ciudad, donde dio sus primeras tonadas profesionales
como trompetista, José había comenzado a trabajar con ‘Los del Caney’,
agrupación con aliento a son cubano de la Cali ochentera. El joven se marchó
con ellos a una gira por Europa, que lo llevaría con su trompeta hasta Madrid,
Barcelona, Londres, Milán y Bruselas.
“Yo
no lo creía – reconoce ahora -. Me vine sin conocer a nadie, pero el destino me
fue colocando en el camino correcto. Venía de trabajar con la Banda
Departamental de Risaralda y me iba bien, hacía muchos conciertos; pero allá
conocí amigos a los que les gustaba el jazz y la salsa ‘heavy’, la salsa
sabrosa, Fania, Lavoe, Richie Rey, vos sabés. Fue todo una revelación.
Un
día me dije ‘La buena música está en Cali’. Ya para entonces pensaba en poder
un día con Niche; y con apenas 18 años lo dejé todo y para acá me vine. Era el
año 88. Llegué a Cali en busca de la salsa”. Y la encontró. Con ‘Los del Caney’
se quedo un año; después estaría algunos meses cantando en restaurantes hasta
que la buena estrella volvió a brillar: a su casa llamo Tito Gómez, a quien le
habían hablado un joven virtuoso como instrumentista y arreglista.
El
cantante puertoriqueño había renunciado al Grupo Niche y deseaba que José le
ayudara con un sueño: fundar ‘La BorinCali’, orquesta de músicos caleños con la
que pudiera viajar por el mundo. José se puso en la tarea, pero una noche, de
regreso a casa, escuchó en la contestadora la voz de Nino Caicedo, compositor
de Guayacán. Buscaba un trompetista y él parecía estar hecho a la medida de las
exigencias de Aléxis Lozano.
“¡Cómo
decir que no! –recuerda-. Terminé frente a Aléxis en una audición y casi de
inmediato con un contrato en Guayacán, que vivía una época con el álbum ‘Oiga,
mire, vea’. Tuve que llamar a Tito a decir que no”.
Hizo
bien. Con Guayacán emprendió una gira por Estados Unidos, México, Aruba, Perú y
Curazao. Aplausos de pie. Discos de oro. A sus pies con apenas 22 años, el
Madison Square Garden. La fama.
Encuentro con Jairo
Varela
Y
vos, ¿de dónde saliste? José trae al presente aquella frase y se echa a reír.
La primera vez que tuvo a Jairo Varela tan cerca, esa tarde en los estudios
Niche, sobre la Calle Quinta, él y ‘Los del Caney’ daban los últimos toques a
‘Retocando’ álbum apadrinado por Niche Discos, sello creado por Varela para
apoyar nuevas agrupaciones.
Era
un proyecto ambicioso y el grupo quiso tener de nuevo a José en sus filas, pero
Varela los frenó en seco: “Para esta vaina hay que buscar gente profesional”,
les dijo, de espaldas a un destino que ya estaba escrito: ese trompetista no
solo sería el director musical de su orquesta sino uno de sus amigos más
entrañables.
De
la grabación terminaron por encargarse Ángelo Torres y José Febles, que había
trabajado con varios artistas de la Fania. Pero ‘Los del Caney’, sin que Jairo
lo supiera incluyeron un último track, ‘Cuando se muere el amor’, con letra y
arreglos de Aguirre.
“Jairo comenzó a
escuchar todo el álbum, canción por canción, y lanzaba comentarios, duros, como
era su estilo. Cuando llegó a la mía notamos que la escuchaba con atención. Se
acabó y la puso a sonar de nuevo. Dijo que ese era el tema que le gustaría para
promocionar el álbum. Yo estaba como soñando, pero lleno de nervios. Es que Jairo
era un hombre imponente, de carácter recio. Fue cuando el director del grupo le
contó que yo era el muchacho del que tanto le habían hablado”.
No
paso mucho tiempo antes de que el chocoano lo llamara, a pesar de que sabía que
trabajaba para Guayacán. Lo citó a su estudio. El joven acudió y encontró al
maestro grabando ‘Tiempos de ayer’. Jairo lo invitó a tomar una trompeta.
“Vamos a hacer este arreglo los dos”, sentenció. Comenzó a dar ideas. José
escribía y armonizaba. El joven músico vino a saber mucho después que era una
forma del maestro ponerlo a prueba. Debe ser porque, como dice el escritor
Umberto Valverde, Varela tenía el olfato excepcional para “reconocer a los
grandes músicos”.
Fue,
está seguro, el comienzo de una de las ‘sociedades’ más fructíferas de la salsa
caleña. “José dejo Guayacán y se fue con Niche. Y con él no solo aprendió de
música; lo que José es hoy como productor y arreglista se lo debe también a la
disciplina y rigurosidad en la forma de trabajar que vio en su mentor”.
Comenzó
con proyectos musicales alternos de Niche. La suprema Corte y la Orquesta
Paraíso. Año 92. Lo de los dos era un asunto de creación colectiva: Jairo sin
ser músico ni escribir una sola nota en el pentagrama, tenía el raro don de
hacerse entender para explicar cómo deseaba que sonaran sus canciones.
Tarareando, golpeando los dedos en la mesa si era necesario.
La
tarea de José, pues, consistía en traducir esas señas con instrumentos. “Es
difícil de explicar: Jairo no era bajista, pero sabía con exactitud cómo
deseaba que sonara el bajo. No era pianista, pero presionaba el suyo hasta dar
con el ‘tumbao’ que necesitaba. Hoy nadie duda de que Jairo Varela dejó un
sonido propio, reconocible, que pasaría a la historia”.
Aguirre
habla y al fondo un grupo de jóvenes, que graba en su estudio, hace sonar ‘Ana
Mile’ con notas distraídas. Ahora estamos en 1993 y en el álbum, ‘Un alto en el
camino’ que nos entrego un Niche más romántico, ‘Duele más’, ‘Sin palabras’,
‘Gotas de lluvia’… Vendría luego ‘Huellas del pasado’, ‘La magia de tus besos’
y enseguida un episodio que puso a prueba su lealtad y su amistad: la cárcel.
Algo
andaba mal desde que el llamado Grupo de Búsqueda irrumpiera en Estudios Niche,
en cualquier momento del día, para hacer allanamientos. “No sé qué es lo que
buscan”, se quejaba Jairo.
La
orquesta continuó con su vida artística hasta 1995 cuando a Varela le dictaron
orden de captura. “Yo estaba con el grupo en Nueva York y Jairo en Miami. Pero
él viajó a Colombia para entregarse”.
Maestro
y discípulo volvieron a verse en Villanueva, en una celda de dos metros por
dos, en el que el espacio se lo peleaban un catre y un nochero. Lo encontró
hacinado, pulverizado por el dolor. El encuentro tardó solo 10 minutos, los
suficientes para que el trompetista intuyera el naufragio del compositor en
medio de la desesperación: “No sé esta situación cuánto vaya a durar. Necesito
que te hagás cargo de Niche”. Fue todo lo que dijo antes de un abrazo breve de
lágrimas calladas.
Esa
época la recuerda Willie García, vocalista de Niche en ese entonces. “Todos nos
preguntábamos cómo haría José para sacar adelante el grupo en semejante
circunstancia, con la presión de los medios, con la necesidad de seguir
haciendo música, pero lo hizo”.
¿Cómo?
Durante un año, de lunes a viernes y mientras la orquesta no anduviera de gira,
José llegaba hasta Villanueva, a las 8 de la mañana, y se sentaba a componer
con Jairo. Ambos sentados en el catre, ambos apenas ayudados por una guitarra
acústica, un lápiz y un borrador. Fue de esa guitarra que nacieron los arreglos
de ‘A prueba de fuego’, ‘Señales de humo’, y parte de ‘A golpe de folclore’,
durante dos periodos en los que Jairo Varela permaneció privado de la libertad.
Meses
difíciles. Con la música garrapateada en papel el día anterior, hasta las 6 de
la tarde, Jose llegaba al estudio después de convocar de emergencia a los
músicos. “A la mañana siguiente regresaba a la cárcel, con la canción grabada
en un cassette para que Jairo simplemente dijera que no le gustaba. Y así, unas
tres o cuatro veces más. Era agotador. Si grabar con él enfrente era difícil,
imagínelo a ‘larga distancia’. A veces nos sorprendía llamando al estudio desde
un teléfono monedero de la cárcel para dar indicaciones, mientras yo acercaba
la bocina hasta los instrumentos para que él escuchara. O a veces me sorprendía
con la noticia de que iba a ir al estudio un par de horas, con la excusa de que
iba para una cita médica. Casi enloquecemos todos: los músicos, los ingenieros
y yo”.
Casi.
La orquesta sobrevivió, pero Jose sentía que físicamente no podía seguir.
Producto de los días de encierro forzado, empezó a padecer de claustrofobia. Si
viajaba en avión era necesario tomar pastillas para dormir. Si debía quedarse
en la habitación de un hotel, prefería amanecer tendido en el ‘lobby’ antes que
verse encerrado en cuatro paredes, como le ocurrió una vez en México. “Jairo no
me aceptó la renuncia. Me pasó un papel en blanco. Yo ponía las condiciones y
él firmaba. Pero no acepté. Sentía que, después de 8 años, mi ciclo con Niche
había terminado”.
Un
referente musical
Afuera
aguardaba por él Yuri Buenaventura. Otro loco genial. Fue él quien le ayudó a
que, poco a poco, la realidad de Jose Aguirre fuera recuperando nitidez.
Yuri
—para quien Jose grabó los trabajos ‘Yo soy’, ‘Vagabundo’, ‘Salsa dura’ y ‘Cita
con la luz’— escribe desde Francia. Cuenta en varias líneas que el talento del
trompetista cafetero consiste en “fraternizar la sonoridad de la música caleña
lo mismo con la música del Pacífico que con el jazz o los nuevos ritmos
urbanos. A Jose Aguirre siempre te lo encontrarás en el camino produciendo,
creando, estudiando”.
Lo
reconoce también Diana Serna, cantante caleña. Dice que “Jose atraviesa por un
exquisito momento creativo. En su música y sus letras se nota la madurez que le
ha dado el tiempo”.
Al
coro se une el vocalista Javier Vásquez, a quien Jose le produjo ‘Yo soy’,
álbum con el que asomó de nuevo la cabeza tras la desaparición de ‘Son de
Cali’. “Es exigente, perfeccionista, no perdona errores. Grabar con él es
garantía de calidad”.
Jose
lo sabe. Pero en el fondo es un hombre tímido. Calmado. Si le preguntas, se
define como un tipo al que le gusta hablar más con la trompeta que con sus
palabras. Con su música.
Lo
sintieron los caleños que el 16 de mayo llegaron hasta el Centro Cultural de
Cali para presenciar un experimento bello: los clásicos del Grupo Niche en
versión ‘descafeinada’, acústica, en clave de jazz, del soul y bossa nova.
En
este mismo estudio de grabación en el que Jose habla hoy, sentado en un sofá
verde, Jairo escuchó esos arreglos y les dio su bendición. Fue la última vez
que alumno y discípulo se verían. Justo el día en que falleció el chocoano, un
8 de agosto, ambos tenían una cita para las 2 de la tarde. Pero la muerte, una
hora antes, cambió los planes. Jairo se marchó a su cielo de tambores y Jose
quedó en la tierra, con buenos recuerdos y mejor música, haciendo sonar su
trompeta.
Publicado por: Jorge Español [Jefe de prensa WEB]